Ni vencer ni morir, negociar

El Paraguay es el único país de Latinoamérica que tuvo que sufrir dos guerras internacionales para defender su soberanía y poder existir como nación independiente.

Estas guerras, especialmente la de la Triple Alianza en donde murió gran parte de la población paraguaya y se destruyó totalmente nuestra economía, marcaron profundamente la forma de pensar y sentir de nuestra sociedad.

Por algo la canción Patria Querida que representa el alma de nuestra nación, en una estrofa dice: “El lema del valor que siempre ha de seguir la raza paraguaya, es vencer o morir”.

Esta actitud de vencer o morir ha sido muy buena para defender a la patria en guerra, pero es muy mala para el desarrollo de nuestro país que solamente será posible si se integra a la región y al mundo, y para integrarnos al mundo la única herramienta es la negociación.

Negociaciones complejas y difíciles, porque todos los países del mundo quieren lo mismo. Todos quieren producir en su territorio para dar trabajo a su gente, todos quieren que el otro país le abra su mercado para venderle más, todos quieren que haya libertad de movimiento de personas y de productos por el territorio del vecino, etc.

Para enfrentar con éxito estas difíciles negociaciones, tenemos que saber muy bien lo que queremos, pero también tenemos que saber muy bien lo que quiere el otro país y, consecuentemente, lo que podemos pedir y lo que podemos conceder.

Esta larga reflexión me parecía importante para que con este enfoque analicemos los importantes desafíos y conflictos que tiene el gobierno de Peña, con la Argentina por el peaje en la hidrovía y ahora con el Brasil por la tarifa de Itaipú.

En ambos casos, el presidente Peña fue el portavoz inicial de la posición paraguaya, cuando lo recomendable hubiera sido que esa tarea la haga algún ministro y que el presidente se reserve como la última instancia si fuera necesario.

En ambos casos, la posición paraguaya desde sus inicios fue extremadamente dura –comprar toda la energía de Yacyretá y bloquear el presupuesto de Itaipú–, cuando que lo aconsejable es ir escalando en las posiciones en la medida que no se consiga nada en la mesa de negociaciones. En resumen, hoy tenemos conflictos con nuestros vecinos y nos encontramos en un aparente callejón sin salida porque la posición paraguaya fue instalada por el mismo presidente y esta desde el principio ha sido la más dura posible.

En ambos casos, Argentina y Brasil respondieron con dureza y ahora nos encontramos en una difícil posición de tener lo que se llama una “negociación de suma cero”, donde lo que gana uno pierde el otro, cuando lo ideal es una “negociación ganar-ganar”.

En el caso de Itaipú lo recomendable es desescalar, es decir, bajar la negociación del nivel presidencial que hoy tenemos y llevarla a nivel técnico y diplomático.

Lula dio un primer paso al abrirse de las negociaciones y nombrar a Rui Costa, jefe de su Gabinete, como negociador por Brasil. Peña podría hacer una movida similar nombrando a Lea Giménez, jefa de su Gabinete, como contraparte por Paraguay.

Por supuesto, que los presidentes tienen un rol importante que cumplir, que es definir la estrategia de la negociación, pero sin participar activamente de ella. Aquí, deben inspirarse en lo que hizo Mandela en Sudáfrica, en las negociaciones que pusieron fin al racismo del apartheid.

Mandela marcó la cancha diciendo: “En estas negociaciones, tenemos que conciliar las aspiraciones de los negros con los temores de los blancos”. Los negros querían los mismos derechos que los blancos, pero estos tenían miedo de que al quedar en minoría podrían perder sus bienes y sus derechos.

En el tema de Itaipú –parafraseando a Mandela–, tenemos que conciliar los deseos de desarrollo del Paraguay con los deseos de reducir los costos del Brasil.

Este conflicto no es para vencer o morir, es para negociar.

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