Cuando un amigo se va
Por ética, este espacio de opinión que tengo desde hace más de veinte años nunca lo utilizo para escribir sobre temas personales o de interés particular. Hoy hago esta excepción porque el viernes recibí la triste noticia del fallecimiento de un amigo muy querido, Alfredo Steinmann.
Alfredo era un ser irrepetible, lleno de valores y de una enorme generosidad. Era amigo de sus amigos, era honesto y era transparente.
Tuve la suerte de conocerle y de que estemos juntos tanto en el mundo empresarial como en la sociedad civil. Sus valores, transmitidos no con palabras sino con el ejemplo, tuvieron una gran influencia en mi vida.
Ante su partida siento la necesidad de hacer conocer una parte de su pensamiento, en un país donde lamentablemente y desde hace mucho tiempo el gran problema es la absoluta pérdida de valores de la sociedad.
Hace más de cuarenta años –en el año 1979– en plena dictadura stronista la Conferencia Episcopal Paraguaya denunció el grave deterioro moral de la nación, expresado en una enorme corrupción y en un Poder Judicial sometido al poder político, permitiendo apresamientos y torturas de los ciudadanos.
Desde aquella época a hoy la situación en muchos aspectos ha empeorado. La corrupción “se corrompió” como dice Gonzalo Quintana, debido a que en la dictadura era un “privilegio” de los jerarcas del régimen y en la democracia se “democratizó” abarcando todos los sectores de la sociedad.
Hemos mejorado en el respeto a los derechos civiles –apresamientos y torturas– pero seguimos muy mal en los derechos económicos y sociales como el acceso a la educación, la salud, la vivienda y la seguridad.
Mi amigo Alfredo decía que en una sociedad libre los empresarios teníamos grandes responsabilidades: La de invertir para generar trabajo, la de pagar los impuestos para que el Estado pueda financiar los servicios básicos y la de atender a los diferentes públicos con los que la empresa tiene relación.
Lamentablemente, en nuestro Paraguay las personas que piensan y actúan así son una minoría. Según estudios de Prodesarrollo casi el 50 por ciento de nuestra economía es informal e ilegal y el 75 por ciento de las personas que trabajan no están protegidas por el Seguro Social.
No tener un Seguro Social hace que estas personas vivan en la intemperie, si pierden su trabajo, si se enferman, si se van volviendo viejos, tienen que vivir de la caridad de los familiares y de los amigos.
En un momento en que en lo económico encontramos contrabando, evasión de impuestos y narcotráfico y en que lo político encontramos demagogia, populismo y enfrentamientos; más que nunca es necesaria la aparición de liderazgos morales que señalen lo que está mal y que muestren el camino correcto hacia una sociedad diferente.
Ese liderazgo se necesita en las iglesias, en la política, en la empresa, en la escuela y en la comunidad en su conjunto. Ese liderazgo tenía Alfredo en los ámbitos en que le tocaba actuar.
Alfredo, además de preocuparse por los demás, también tenía un enorme cuidado con su familia, fue un padre cariñoso y protector, pero también exigente.
Había una frase que él siempre repetía: “La principal responsabilidad de las personas es ser mejores que sus padres y que sus hijos sean mejores que uno”. Y hacía la aclaración: “mejores personas no quiere decir que tengan más fama y dinero, sino que sean mejores personas por su honestidad y solidaridad”.
Como todo ser humano, no era perfecto, pero era un idealista que soñaba con una sociedad mejor. Él hacia “minúsculos actos de coraje” no para cambiar el mundo, sino para cambiar el lugar donde le tocaba vivir.
Como dice la música de Alberto Cortés: “cuando un amigo se va queda un espacio vacío, que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”.
Tengo muchos amigos que trabajan por un país mejor, pero el espacio que deja Alfredo no podrá ser llenado.
Paz en tu tumba, amigo.
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