¿Tolerar al intolerante?

Desde la caída del comunismo en 1989, el mundo vivió unos 20 años de gran expansión de las ideas liberales: democracia en lo político, libre mercado en lo económico y multiculturalismo en lo cultural.

En esa época el prestigioso politólogo norteamericano de origen japonés Francis Fukuyama había publicado un libro de gran impacto titulado El fin de la historia y el último hombre, donde proclamaba el triunfo definitivo de las ideas liberales.

Recordemos que las bases de dichas ideas son las libertades y la tolerancia. Es famosa la frase de Voltaire “No comparto tus ideas, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlas”.

Para Voltaire y para varios pensadores liberales, en una sociedad libre -donde siempre habrá opiniones diferentes- la tolerancia es el único camino para una convivencia pacífica.

Sin embargo, desde hace décadas, con el atentado a las Torres Gemelas, con la expansión del fundamentalismo islámico, con la grave crisis económica del 2008 y ahora con la pandemia del coronavirus, las ideas de libertad, multiculturalismo y tolerancia se han puesto en duda.

Con la llegada al poder en el 2008 de un afroamericano como Obama, el multiculturalismo y la tolerancia habían llegado a su punto más alto; pero con el triunfo de Trump en el 2016 se ha dado inicio a una contraola de nacionalismo y de intolerancia.

Hoy vemos en el mundo un enfrentamiento cada vez mayor entre intolerantes: fundamentalistas islámicos por un lado y supremacistas blancos neonazis por el otro; entre los defensores de la ideología de género que consideran normal todo tipo de inclinaciones sexuales y los conservadores religiosos que acusan a los defensores de dicha ideología de ser el mismo diablo.

Lo peor de todo es que hoy tenemos a nuestra disposición a las redes sociales, donde uno encuentra cada vez más facilidades para expresar a través de ellas sus odios y su fanatismo.

Lo ocurrido la semana pasada en Washington, donde una turba de seguidores de Donald Trump atropelló el sacrosanto templo de la democracia de los Estados Unidos que es el Capitolio, ha sido el resultado de cuatro años de una retórica del presidente norteamericano estimulando la división y la confrontación de unos contra otros.

Desde su llegada al poder hasta sus últimos días en el cargo más importante del mundo, Trump ha azuzado a sus seguidores y denigrado a sus opositores por medio de miles de tuits enviados diariamente.

Por eso no debe sorprendernos la reacción de Twitter y de Facebook, que con una determinación inédita decidieron cerrar la cuenta y silenciarle nada más y nada menos que al presidente de los Estados Unidos. Esta decisión genera, sin embargo, un precedente peligroso, porque estamos otorgando a los dueños de estas redes sociales el enorme poder de limitar la libertad de expresión, uno de los derechos humanos fundamentales.

Esta situación nos lleva también a un difícil dilema: si bien es cierto que para tener una sociedad democrática debe primar la tolerancia, ¿debemos tolerar a los intolerantes que solamente quieren destruirla?

Sobre este punto han reflexionado varios filósofos contemporáneos y muy especialmente el austriaco Karl Popper, que en su libro La sociedad abierta y sus enemigos dice que nos encontramos ante lo que él llama la “paradoja de la tolerancia”.

Para Popper la sobrevivencia de la sociedad democrática se encuentra por encima de todo y consecuentemente esa sociedad democrática debe ser defendida de los que quieren destruirla.

La conclusión de Popper es, por lo tanto, que no podemos tolerar a los intolerantes, pero… aquí entramos en una muy difícil encrucijada: ¿Quién define quién es el intolerante? ¿Con esa actitud, no corremos el riesgo justamente de caer en una inaceptable intolerancia?

Esa es hoy la paradoja que debemos enfrentar y resolver.

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