Grado de inversión: Logro histórico que nos exige mucho

La obtención del grado de inversión por parte de Paraguay es un logro histórico que merece ser celebrado plenamente. No es un premio simbólico ni un gesto de cortesía de los mercados: Es un reconocimiento de décadas de disciplina fiscal, de endeudamiento controlado y de estabilidad monetaria.
Que dos calificadoras de riesgo –Moody´s y ahora Standard & Poor´s– nos hayan puesto una nota indicando que somos un país con bajo riesgo de no pagar sus deudas, es una señal al mercado internacional que hace posible la reducción del costo de nuestro financiamiento externo, tanto del Estado como del sector privado.
Bonos soberanos más baratos, crédito de largo plazo con mejores tasas de interés, mayor apetito de inversores institucionales y una ampliación del universo de fondos que pueden invertir en el país son los beneficios de tener una buena calificación de riesgo.
En términos simples, los préstamos serán más abundantes, más baratos y a mayores plazos, lo que es muy importante para un país que necesita infraestructura, capital productivo y empleo formal.
Pero conviene ser claros: El grado de inversión no es una varita mágica. No garantiza que la inversión extranjera va a llegar a raudales a nuestro país, no garantiza crecimiento automático, no crea empleo por sí solo, no reduce la pobreza ni reemplaza las reformas estructurales que tenemos pendientes.
Sirve para abrir nuevas puertas. Es una condición favorable y necesaria, pero de ningún modo suficiente para avanzar en la senda del desarrollo. Más que un punto de llegada, debe ser entendido como un punto de partida y como un compromiso de largo plazo.
Tampoco es un cheque en blanco. Los mercados que hoy celebran la solvencia paraguaya serán los primeros en castigarnos ante cualquier desvío grave. El grado de inversión como se gana puede perderse y la historia de los países de América Latina está llena de ejemplos.
El último fue el Brasil que tenía grado de inversión y que debido a la crisis económica y política del 2015 bajo la presidencia de Dilma Rousseff, su calificación de riesgo fue rebajada por Standard & Poor´s a la de grado especulativo.
Por todo esto, el verdadero desafío comienza ahora: Cómo transformar esta nueva credencial financiera en un desarrollo real y en mayor bienestar para la gente. Y allí aparecen varias deudas históricas que el Paraguay no puede seguir postergando.
La primera es la justicia porque sin un Poder Judicial independiente y sin seguridad jurídica, el grado de inversión va a ser un activo totalmente desaprovechado.
Para darnos préstamos desde el exterior los inversores se aseguran poniendo como condición someternos a los tribunales de Nueva York y no a los del Paraguay, pero para realizar una inversión directa en nuestro país, se tienen que someter a nuestros tribunales y nuestra inseguridad jurídica es total.
La segunda es la infraestructura. El Paraguay necesita rutas, puentes, puertos, abundante energía y una logística confiable. Este es un requisito fundamental para que los productos fabricados en nuestro país puedan ser transportados rápida y eficientemente a los mercados regionales e internacionales.
La tercera son los proyectos. En nuestro país tenemos muchas ideas, pero muy pocos proyectos y para que vengan las inversiones directas desde el exterior necesitamos tener proyectos concretos y muy bien elaborados.
Sin seguridad jurídica, sin infraestructura y sin proyectos será muy difícil convertir nuestra buena reputación en inversión directa que genere crecimiento económico y desarrollo.
Celebrar el grado de inversión obtenido es justo y necesario. Dormirse en los laureles sería imperdonable. Paraguay tiene una oportunidad excepcional: Convertir estabilidad en progreso, buena reputación en inversiones y confianza de los mercados en bienestar para nuestra gente.
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