La política sin ética
La sociedad paraguaya se despierta todos los días con nuevos hechos de corrupción o de criminalidad, que, a pesar de tener una profusa difusión en los medios de comunicación, no son castigados e incluso son justificados por nuestras autoridades.
Hijos de altas autoridades –los llamados nepobabies– trabajando en las Binacionales, en el Congreso o en las Embajadas, sin la formación adecuada, sin haber concursado para el cargo y cobrando elevados salarios, es un escándalo que ofende a la ciudadanía decente del país.
Lamentablemente, tanto el presidente como el vicepresidente de la República y otras autoridades del partido de Gobierno han justificado e incluso defendido estas irregularidades, con el argumento de que estos jóvenes tienen derecho a trabajar y que no violan ley alguna.
Esta semana, el mismo argumento de la ley fue esgrimido para defender a Erico Galeano y justificar su aparente deseo de no renunciar a su banca en el Senado, a pesar de haber sido acusado de lavado de dinero y asociación criminal.
Estos hechos deben hacernos reflexionar sobre la enorme diferencia que existe entre la ley y la ética, entre lo que es legal y lo que es éticamente correcto.
Lo legal es lo mínimo y es lo obligatorio es el cumplimiento de las normas establecidas en las diferentes leyes y su violación es castigada con sanciones como la pérdida de la libertad o de la propiedad.
Lo ético es el ideal y es voluntario es el cumplimiento de normas que definen lo que es correcto y lo que es incorrecto y su violación tiene sanción moral, como la pérdida del prestigio y de la credibilidad.
Para definir lo que es correcto, siempre debe haber un bien superior que desea protegerse. En el caso de la ética médica el bien superior que debe ser protegido es la vida y un médico es ético si la protege, aunque no sea económicamente conveniente para él.
En el caso del periodismo, el bien superior a protegerse es la verdad y un periodista es ético cuando siempre dice la verdad, aunque esto no genere rating e ingresos económicos.
En la política, el bien superior es nada más y nada menos que el bien común y un político es ético en la medida que sus decisiones siempre protejan ese bien superior, aunque tenga costos políticos para él.
Toda esta reflexión filosófica puede parecer muy abstracta, pero no es así. Hoy existe un gran consenso en que el principal activo que tiene una persona, una institución e incluso un país, es la confianza que genera.
Y esa confianza se construye sobre dos pilares, uno es la capacidad profesional y el otro, es la ética.
Por ejemplo, para someterse a una cirugía, uno confía en un médico que además de ser un buen profesional es una persona ética y no un comerciante que solo quiere ganar dinero.
De la misma manera, uno confía en un líder político que además de conocer los problemas nacionales y las políticas públicas necesarias para superarlos es una persona ética que defiende el interés general por sobre el interés partidario o particular.
Lamentablemente, hoy tenemos en el Congreso muchos políticos, sin las dos cosas, ni una preparación académica para ejercer el cargo ni una mínima ética, lo que genera un descrédito e incluso el no cumplimiento de las leyes promulgadas.
También, lamentablemente, hoy tenemos en los otros poderes del Estado a muchos políticos académicamente muy bien preparados, pero de nuevo, algunos de ellos sin la ética que ponga por delante el bien común sobre otros intereses.
Recordemos que estos políticos lideran a miles de personas en una gran organización que es el Estado y “cuando los de arriba pierden la vergüenza, los de abajo pierden el respeto”.
La anomia que hoy vivimos, con el incumplimiento de las leyes por parte de los ciudadanos y la enorme corrupción en el Estado son en gran parte los hijos no deseados de la falta de ética en la política.
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