Trump 2.0
Los índices del mercado de capitales estadounidense reflejaron euforia por el triunfo de Donald Trump y su retorno a la Casa Blanca como presidente. Tal optimismo se basa en el impacto esperado de sus políticas económicas, vagamente presentadas durante su campaña, y que aplicará en los próximos cuatro años. Por el contrario, el resto del mundo muestra un alto grado de escepticismo.
Por un lado, está la propuesta de extender las reducciones de impuestos aprobadas en su primer mandato, que vencen a finales de 2025, y la de reducir el impuesto a la renta de las empresas del 21% al 15%, junto con otros impuestos y contribuciones a la seguridad social, de forma permanente. Estas medidas impulsarán el crecimiento de la economía norteamericana, generando más ingresos fiscales por una mayor base imponible. Sin embargo, estos ingresos no compensarán la reducción por las tasas más bajas.
En octubre último, el FMI publicó que el déficit del gobierno general en EEUU alcanzaría el 7,6% del PIB en 2024, y que la deuda pública neta representa el 98,8% del PIB. La calificadora internacional Moody’s estima que el efecto neto de las políticas propuestas sería un aumento significativo de la deuda y del déficit fiscal federal. Por su parte, el Penn Wharton Budget Model de la Universidad de Pensilvania estima que el déficit aumentaría en unos USD 450 mil millones anuales respecto a la situación previa. Sin embargo, este impulso fiscal tendrá que revertirse a mediano plazo si EEUU desea mantener la sostenibilidad fiscal necesaria para sostener la credibilidad de su deuda y del dólar como moneda de reserva, intercambio y refugio internacional.
El otro elemento importante es la política comercial. Trump propone un arancel general de importación de entre el 10% y el 20%, y aranceles específicos de hasta el 60% para las importaciones procedentes de China, con el objetivo de impulsar la producción industrial y la generación de empleos en EEUU. Incluso mencionó la posibilidad de imponer aranceles del 25% a los productos provenientes de México, uno de sus principales socios comerciales, con quien, junto a Canadá, tiene firmado el acuerdo comercial tripartito conocido como T-MEC.
En su primer mandato, con la guerra comercial contra China y el acuerdo Fase 1 entre ambos países, los aranceles promedio a los productos chinos subieron del 3% al 19%, según el Peterson Institute for International Economics (PIIE), mientras que con el resto del mundo se mantuvieron en un promedio del 3%. Por lo tanto, las intenciones actuales representan un cambio radical y un duro golpe al comercio internacional, considerando la relevancia de la economía norteamericana.
Si bien, como en ocasiones anteriores, el presidente Trump, con su enfoque mercantilista, podría adoptar una posición negociadora caso por caso, el resultado final sería más proteccionismo, con negociaciones y acuerdos mayormente de carácter bilateral. En este escenario, los países pequeños y menos desarrollados tendrán pocas oportunidades, ya que disponen de recursos limitados para negociar.
Estas políticas impulsarán el crecimiento y el empleo en EE UU, una economía que ya crece a su ritmo potencial y mantiene altos niveles de empleo. Sin embargo, sus efectos positivos en el resto del mundo serán mitigados, o incluso superados, por los efectos negativos de la imposición de aranceles y barreras comerciales. Además, al agregar el control estricto de la inmigración, otra de sus propuestas populares, se generará una creciente presión inflacionaria que deberá ser contrarrestada por la Reserva Federal (FED) mediante una mayor restricción monetaria, con tasas de interés más altas. Esto, sumadas a las necesidades de financiamiento adicional del Tesoro estadounidense, reducirá la disponibilidad e incrementará los costos de financiamiento para los países emergentes. Algo de esto ya se anticipó en las últimas semanas en los mercados de capitales, donde aumentaron las tasas de los bonos del Tesoro estadounidense y se fortaleció el dólar. Veremos qué nos depara Trump 2.0.
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