¿Recesión global?

Las preocupaciones por una recesión tanto en EEUU como en Europa se incrementaron en las últimas semanas. Los inversionistas reaccionan reasignando sus carteras de inversiones para minimizar pérdidas y en el proceso provocan una alta volatilidad en los precios de los activos financieros, de commodities y en los tipos de cambio, impactando colateralmente los flujos de capitales y las monedas de los países emergentes.

La persistencia de una alta inflación, tanto en EEUU como en Europa, así como su alta dispersión en la canasta de bienes y servicios, incrementan el riesgo de desanclaje de las expectativas de inflación a largo plazo con relación a la meta, tanto de la Reserva Federal de EEUU como del Banco Central Europeo, y obligan a estas instituciones monetarias a acelerar sus procesos de ajuste monetario, que empezaron tarde y venían a un ritmo pausado ante la consideración inicial de que la inflación era transitoria causada principalmente por choques de oferta relacionados con interrupciones en las cadenas de suministro y de problemas de logística a nivel global y más recientemente por el impacto de la guerra Rusia-Ucrania en los precios de las materias primas. La apuesta de los bancos centrales era un ajuste gradual que lleve a un aterrizaje suave hacia un equilibrio de crecimiento económico cercano al potencial y la inflación alineada a la meta del 2% anual.

Sin embargo, esta evaluación fue cambiando en los últimos dos meses, incorporando la fortaleza de la demanda agregada impulsada por los programas de transferencia y la política monetaria ultraexpansiva, implementados durante la pandemia y los altos niveles de empleo resultantes que generaban presiones en los costos salariales, cuya incidencia cada vez mayor en el proceso de formación de precios de todos los bienes y servicios presagian una inflación alta por un periodo prolongado de tiempo. A esto se suman las presiones alcistas en los costos de industrialización de los bienes de consumo y de capital generadas por la reorganización de las cadenas de suministros, indicando presiones inflacionarias que persistirán en los próximos años. Por lo tanto, la estrategia de política monetaria fue ajustada a esta realidad acelerando los aumentos de tasas de interés y empezando a reducir la liquidez en los mercados financieros. Es más, los mensajes de la Reserva Federal de EEUU apuntan a que su prioridad es reducir la inflación y está dispuesta a aceptar que la economía norteamericana caiga en una recesión.

Este nuevo conjunto de medidas y mensajes, y su probable impacto en la economía, están afectando significativamente las expectativas y el valor de los activos financieros que, a pesar de la caída que tuvieron este año, siguen en niveles muy elevados, y, cuya volatilidad actual es el reflejo del proceso de alineamiento de expectativas respecto a la evolución de las distintas variables económicas en el futuro. De manera similar impacta en los precios de commodities, provocando incluso una importante reducción en los precios internacionales del petróleo y sus derivados en los últimos días, a pesar de que hace solo un mes esperábamos que la presión alcista de precios se mantendría en los próximos meses debido a las sanciones a Rusia y los cuellos de botella en la industria de refinación. Paralelamente, la reacción más rápida de la Reserva Federal en ajustar la política monetaria vis à vis el Banco Central Europeo, fortaleció al dólar frente al euro rondando la paridad actualmente y, ante los mayores riesgos financieros, el dólar se convierte nuevamente en “refugio seguro” absorbiendo capitales del resto del mundo, golpeando a los países emergentes y a sus respectivas monedas en los últimos días.

En resumen, la probabilidad de un aterrizaje duro en los países desarrollados y de una recesión global es elevada y creciente. Los niveles de endeudamiento, que alcanzaron picos sin precedentes en todo el mundo, son un factor de vulnerabilidad adicional a escala global. Con esta perspectiva, es importante mantener una extrema prudencia y austeridad en la política fiscal y en el ritmo de endeudamiento del sector privado, para estar preparados para enfrentar un eventual entorno negativo, que si ocurre impactará al país, pero cuyos efectos pueden ser mitigados para evitar una crisis económica y social.

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