El otro PCC que puede matarnos
23 DE OCTUBRE DE 2022 – 04:00
En un informe publicado recientemente en el diario británico The Guardian se señalaba que el Paraguay se encuentra hoy atrapado en las garras del PCC -Primer Comando de la Capital- y si no consigue cambiar la situación irremediablemente el país se encamina a ser un Estado fallido.
Un ex director de la Senad me decía que la causa de la presencia cada vez más importante de organizaciones criminales en nuestro país se debe a la falta absoluta de control del territorio por parte de nuestro Estado, a la enorme corrupción que impera en el mismo y a lo barato que es sobornar a los encargados de combatir el delito.
Esta afirmación me llevó a pensar que existe otro PCC, que es la principal causa de todos nuestros males y que puede matar las posibilidades de que nuestro país se desarrolle y progrese. Ese otro PCC es el populismo, el clientelismo y la corrupción.
El Paraguay era hasta la década del cincuenta un país pobre donde la mayoría de sus habitantes tenía una vida modesta, pero honesta, y había seguridad en el campo y en la ciudad.
De todos los males que nos dejó la dictadura de Stroessner el peor de todos -a mi criterio- ha sido la pérdida de valores de nuestra sociedad. Porque para sostenerse en el poder la dictadura utilizó la corrupción para mantener la lealtad de la gente que apoyaba al régimen.
La cúpula militar que era la responsable de controlar el territorio tuvo vía libre para “participar” en todo tipo de negocios, especialmente el contrabando de whisky y de cigarrillos e incipientemente el de drogas.
Con la construcción de Itaipú el país creció rápidamente y la corrupción se aceleró, aquí ya con la participación de muchos civiles que fueron los contratistas del Estado.
La corrupción era el “precio de la paz” decía Stroessner, porque el régimen se sostenía gracias a darles “beneficios” a los que podían conspirar…la cúpula militar, política y empresarial.
Con la democracia, como decía Gonzalo Quintana, “la corrupción se corrompió”, porque la misma se “democratizó” dejando de ser solo prerrogativa de los jerarcas de turno, haciendo metástasis en gran parte de la estructura del Estado. Es que “cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen pierden el respeto”.
Llegar al poder en democracia implicaba conseguir los votos necesarios para ganar las elecciones y eso requería de una amplia red de operadores políticos que trabajen para el candidato y, por supuesto, mucho dinero para financiarlo.
Así como el poder militar fue el eje de la corrupción durante la dictadura, en la democracia es la clase política el eje de la misma, asociada con empresarios relacionados con el Estado o con el delito y usando el clientelismo por medio del empleo público.
No es una coincidencia que desde la llegada de la democracia a nuestro país la cantidad de empleados públicos se incrementó vertiginosamente en todas las oficinas, tanto del Poder Ejecutivo, como del Legislativo y Judicial, y a nivel nacional, departamental y municipal.
La corrupción y el clientelismo le otorgaban al político dinero y operadores para llevar su campaña electoral adelante, pero el siguiente paso era conseguir los votos del electorado.
Una parte de esos votos vienen de su clientela política, pero si quiere ganar debe conseguir muchos más y ahí aparece el populismo, especialmente para obtener los votos de las clases sociales más necesitadas, prometiendo beneficios que son imposibles de sostener financieramente en el tiempo.
Nuestro futuro puede ser venturoso, tenemos estabilidad macroeconómica para la inversión a largo plazo; tenemos tierra para el desarrollo agropecuario y forestal; y tenemos energía y gente joven para un desarrollo industrial.
Hemos superado dos guerras internacionales, pero hoy las trompetas nos llaman de nuevo. No para una guerra contra un país vecino, sino contra el PCC, que puede matar nuestro futuro: el populismo, el clientelismo y la corrupción.
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